Hace no tantos años, cuando se corría la voz de que alguien había ido a la consulta de un psicólogo, era motivo de corrillos y habladurías por dónde quiera que fuera. Se hablaba sobre si "si estaría loco", sobre "que barbaridad habrá hecho o se decía que "ese nunca ha sido muy normal". El caso es que la persona que acudía a la consulta de un psicólogo veía gravemente menoscabada su imagen pública, y era víctima de burlas y desprecios en aquellos ambientes en los que se movía.
Esto ha hecho que durante generaciones, las personas hayamos sufrido una suerte de pesar o vergüenza cada vez que hemos tenido que acudir a la consulta de un profesional de la psicología. Nos hemos sentido huraños, o incluso proscritos, y la mayoría de los que hemos recibido terapia psicológica hemos intentado ocultarlo alguna vez en mayor o en menor medida. Nos avergonzamos de nuestras necesidades, y acudimos avergonzados a la terapia psicológica.
El siglo XXI ha llegado con muchos cambios de aires en muchos de los sectores, y la asistencia al psicólogo es uno de ellos. Afortunadamente, los tabúes y prejuicios que hemos sufrido durante tantos y tantos años están empezando a desaparecer y la sociedad está empezando a racionalizar la crítica colectiva a determinados aspectos de nuestra sociedad, antes denostados, como puede ser la asistencia a la consulta de un profesional de la psicología.
Lo que antes era una actividad oscura, que debía ejercerse con discrección y en la semiclandestinidad para proteger y preservar la intimidad de los pacientes, con el paso del tiempo se está convirtiendo poco a poco en una actividad asumida y asimilada por la sociedad, lo que ha permitido a los psicólogos salir de sus cuevas y empezar a promocionar de forma pública y visible sus servicios.
Sin embargo, y a pesar de este incipiente destape que nos está permitiendo salir a la luz y dar a conocer este sector, aún hay muchas personas a las que les cuesta asumir con naturalidad la actividad psicológica y la necesidad de ayuda. Esta es una tendencia que tenemos que tratar de invertir.
Para ello, lo primero es mentalizarnos todos (psicólogos, pacientes y colaboradores) de la importancia de no ocultar nuestras experiencias de ayuda psicológica, sino muy al contrario, difundir y dar conocimiento público de las mismas.
Tenemos qué pensar que estamos haciendo algo muy provechoso para nosotros mismos. ¿Nos avergonzaríamos si conseguimos unas entradas para primera fila de un concierto, o un ganga en una compra de un producto caro? No, en ningún caso. Entonces ¿por qué tendemos a ocultarnos cuando vamos a la consulta del psicólogo? ¿Es que las personas que buscamos a un profesional de la psicología tenemos que ocultarnos como un gato en una cueva para no ser reconocidos cuando lo que estamos haciendo es ayudarnos a nosotros mismos?
No, afortunadamente no, la psicología y la asistencia psicológica es algo que es beneficioso para las personas, y es nuestro deber ir haciéndolas cada vez más y más normal a los ojos de sociedad, de manera que ya no tengamos que avergonzarnos por ello, e incluso que en un tiempo no muy lejano todos lleguemos a presumir de tener nuestro psicólogo de cabecera y seguir los consejos y orientación de un coach que nos ilumine el oscuro transitar por la vida de una forma natural y cotidiana sin que ello tenga nada de especial.
Saquémonos por lo tanto ese horrible malestar, es prejuicio que nos atenaza cuando de ayuda psicológica profesional se trata. ¿Acaso no hacemos todos los mismo, cuando alguien cercando necesita ayuda, y somos nosotros mismos los confidentes que le préstamos una primera dosis de ayuda psicológica? ¿Qué hay de malo en que sea un profesional el que continúe orientando y ayudando a esa persona que lo necesita?
En definitiva: no tengamos miedo ni nos arrepintamos de nada. Acudamos al psicólogo con normalidad, sin temores ni vergüenza, pues cada vez debemos ser más y más conscientes de que ir al psicólogo debe ser una actitud absolutamente normal que todos realizaremos una o varias veces a lo largo de nuestra vida.
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